La posverdad no es un contenido determinado, sino un programa que se
instala en la cabeza de la gente y que luego procesa todos los
materiales diseñados para ratificar esa convicción profunda. Es por eso
que usted ve a unos vándalos destrozando las vías y otros bienes
públicos, y piensa que son valientes luchadores pacíficos por la
libertad.
El programa, una vez implantado, no falla. Veamos: lanzan un objeto
contundente y le parten el cráneo a una señora que, fatídicamente,
estaba por allí cuando cruzaba un grupo de manifestantes chavistas. El
objeto contundente fue lanzado contra dicho grupo de personas, lo que
hace sospechar que lo arrojó alguien fanatizado en contra del gobierno,
pero la versión que usted decide creer es que a la señora la mataron los
colectivos chavistas. No tiene lógica por ningún lado que se le mire,
pero para usted esa es la única verdad admisible. La señora queda así
automáticamente sumada a la lista de víctimas del gobierno, no a la de
la derecha fascista.
Matan a tiros a una muchacha en Táchira. Las experticias determinan que
la mató un señor equis, pero usted –chip mediante- no quiere creer eso.
Usted quiere creer que la mataron los colectivos chavistas. "¡Fueron los
colectivos, fueron los colectivos!", repite usted, en una especie de
trance, un cacerolazo verbalizado, mediante el cual no oye argumentos en
contrario.
En San Antonio de los Altos, un francotirador mató a un guardia
nacional, joven venezolano de 28 años, con un hijo recién nacido. Usted,
gracias al programa, opta por considerarla una muerte justa (tal vez
sería mejor decirle "justiciera", pero no compliquemos la cosa). Además,
a la hora de hacer los balances, el guardia también figura como víctima
de la represión de la dictadura contra el pueblo desarmado, no de los
instintos asesinos de alguien que se dice demócrata.
En medio de la locura generalizada, un grupo de manifestantes se lanzó
al río Guaire. Lo hicieron porque quisieron, pero usted –con su app
mental en marcha– piensa que los gendarmes del rrrégimen los obligaron
sádicamente. Como suele ocurrir con tantas otras cosas en estos tiempos,
la incidencia provocó comentarios jocosos y memes. Lo mismo hubiese
pasado si los protagonistas del insólito suceso hubiesen sido chavistas
creyentes en las promesas que una vez hizo una funcionaria respecto a la
descontaminación del río caraqueño. Pero en este caso, gracias a su
posverdad intracerebral, a usted le parece que burlarse de los bañistas
escatológicos es un delito de lesa humanidad. "Serán juzgados en La
Haya", dice usted indignado.
Un muchacho muy enjuto aparece desnudo frente a los equipos antimotines
de la Guardia Nacional. Avanza hacia ellos caminando como si fuera una
víctima del napalm gringo en Vietnam y hasta se monta en el capot de una
de las unidades. Eso podría indicar que los agentes del orden público
fueron tolerantes con el exhibicionista hasta un nivel casi cómico. Pero
como usted tiene el software metido en el coco, lo toma como una
muestra de la brutal represión de la autocracia madurista. Las versiones
más acabadas dicen que los esbirros lo obligaron a desnudarse. Sería
difícil explicar por qué, si fue así, esos bichos tan malos le
permitieron que se quedara con los zapatos y las medias y que conservara
su koala. Misterios de la ciencia, diría el profesor Lupa. Pero a usted
esa tesis de que los malvados guardias obligan a la gente a desnudarse
le viene de perlas como verdad indiscutible.
Le toca el turno a una señora mayor colocada frente a otra de las
unidades de orden público. La GN se porta bien con ella, incluso la
retiran del lugar hasta que quede fuera el radio de acción del disturbio
(porque, que conste, la guardia arrojaba gases porque había un
disturbio). Pero usted es una criatura amaestrada por su circuito
integrado y dice que la señora fue salvajemente reprimida y que ahora
está desaparecida o, tal vez, que está siendo sometida a crueles
torturas en El Helicoide.
Unos jóvenes, que resultaron ser mellizos, son capturados luego de
participar en el ataque e intento de quema de la Dirección Ejecutiva de
la Magistratura, un delito que en otros países podría acarrear cadena
perpetua o decenas de años de prisión. Las autoridades muestran videos
con el testimonio de uno de ellos. La oposición pacífica y democrática
dice que los pobres morochitos fueron torturados salvajemente. Usted,
microprocesador en acción, cree esto último. Las autoridades muestran
informes médicos forenses según los cuales, los gemelos traviesos están
en perfectas condiciones, no muestran signos de maltrato alguno. Pero
usted, por obra de su pequeño implante, decide que miente el presidente,
mienten los ministros, mienten los doctores, mienten los fiscales,
mienten los funcionarios de la Defensoría… miente todo el mundo, excepto
la MUD y el padre de los valientes morochos. "El del papá es un
testimonio desgarrador", dice un dirigente en tono telenovelesco que
hubiese envidiado Raúl Amundaray en sus buenos tiempos. Usted también
llora, de rabia y de solidaridad.
Repentinamente, en plena noche, en la zona de El Valle irrumpe un grupo
muy bien armado, causado muertes, terror, destrozos y saqueos. El
acontecimiento no es precisamente favorable para un gobierno que se
ufana de la paz en las zonas populares. Según fuentes confiables de
inteligencia, parece haber sido ejecutado por bandas criminales que
mantienen relaciones peligrosas con ciertos personajes de la oposición.
Usted, por supuesto, no va a creer nada de eso. El filtro que tiene
instalado junto a la amígdala cerebral le dice que "fueron los
colectivos chavistas o, en todo caso, malandros, que también son
chavistas porque todos los malandros lo son".
La lista sería interminable, pero por hoy basta. Y, claro, el chip de la
posverdad sabe también defenderse de cualquiera que intente hacerlo a
usted reflexionar un poco acerca de lo que habitualmente toma como
verdades y lo que se niega siquiera a considerar como una posible
alternativa. Por eso es que, en este momento, usted siente muchas ganas
de descalificar esta nota. Tal vez decida pensar que la escribió un
colectivo armado.
Es que, repito, ese programa nunca falla.
Autor: Clo
dovaldo Hernández. Tomado de Aporrea.
No hay comentarios:
Publicar un comentario